No cabe duda de que hoy la violencia se expone de manera ordinaria en la televisión. Ya no se representa a la muerte como un evento definitivo e irremediable, sino como un simple incidente que puede repetirse a veces infinitamente. Algunos héroes de las ficciones actuales (inspirados en videojuegos donde los personajes tienen « vidas múltiples ») se han convertido en los campeones modernos de la resurrección, al remplazar, sin lugar a duda, a los Dioses de las generaciones anteriores.
Si a través de las imágenes de la muerte esta « violencia en la televisión » viene a interpelar el potencial sádico, masoquista y compasivo de los espectadores, qué es de esa otra violencia que causa estragos en los programas de « tele-realidad » y que sólo llevan el nombre, donde se expone la vida ordinaria del Señor o Señora Todo-el-Mundo.
Padres impotentes frente a un hijo al que se describe como enojón y caprichoso, una mujer preocupada por la venta de sus propiedades, una pareja con problemas para encontrar un alquiler, o incluso un soltero empedernido cuyo departamento se encuentra bañado en suciedad por no haber cumplido diariamente con las tareas domésticas. Sucesivamente, estos programas dejan al descubierto la incompetencia de los protagonistas frente a los espectadores, cuyo rol es el de voyeurs cómplice de la violencia de esta desvalorización orquestada tan hábilmente.
Sin embargo, la trama del relato es simplista y binaria. Existen comportamientos adecuados y otros que no lo son. No nos interesa preguntarnos las razones que impiden que ese hombre haga el aseo, o que esos padres sepan establecer y hacer respetar las reglas a sus vástagos, o a esa mujer vender la casa que compró 20 años atrás con su esposo que después la dejó…
Nos quieren hacer creer que sólo se trata de comportamientos inadecuados que bastaría « corregir », como con los perros de Pavlov, « condicionados » a salivar ante el sonido de una campana.
Otros programas invitan al espectador a un « casting » del padrastro perfecto realizado por varios hermanos, intentando determinar a través de sus preguntas al candidato ideal para esa plaza vacante junto a su madre… Otros, incluso nos muestran a padres haciendo « una audición » a candidatos susceptibles de convertirse en el o la novia de su hijo(a) adolescente o adulto joven.
Tras esta farsa bien acompañada de lágrimas, risas y rechinamientos de dientes, asistimos a la puesta en escena de la negación de las diferencias generacionales. Ahora bien, esta confusión de papeles y de lugares que genera una abrasión de los límites y de lo prohibido, provoca un ambiente con gran connotación incestuosa. En efecto, escoger al novio de su hija o al futuro compañero de su madre, tener que seducir a su futuro yerno o a su próxima suegra, es como un guión en el que todos están invitados a encontrarse en la misma cama…
Se trata entonces más de una « violencia de la televisión », en cuanto estos programas transmiten mensajes simbólicos de un nuevo tipo, y mucho más solapados.
